martes, 5 de mayo de 2009

Mi travesía hacia Estados Unidos


William Redondo, Estados Unidos

Nací y crecí en El Callao. A los 22 años salí del país siguiendo muchos sueños, dejando a toda mi familia y al amor de mi vida, Vilma. Como muchos, yo solo quería ahorrar algo de dinero y luego regresar a mi Perú, pero lamentablemente mis promesas de regreso pronto se quedaron en mis sueños.

Salí del Perú en el año 1995 con destino a los Estados Unidos. Viajé ilegalmente, pasé por todos los países de Centroamérica y me tardó casi tres meses pisar suelo norteamericano. Pasé por Costa Rica, un país muy lindo pero con mucha más pobreza que el nuestro. Luego por Nicaragua, donde aprendí todas sus costumbres, comidas, moneda, volcanes, la capital, dejos, su himno nacional etc. Esto no porque el país me gustara, sino porque el coyote lo quiso así, nos íbamos a quedar por unas semanas y tenías que tener cuidado con los federales, si nos interrogaban teníamos que decir que éramos de Nicaragua.

Luego pasé a Honduras, donde también me quedé algunas semanas pasando lo que nunca había pasado en vida, aunque me preparé para el viaje corriendo, ayunando, y aprendiendo cómo sobrevivir en lugares abandonados y en los bosques sin comida ni agua, la que mucha falta nos hizo. Vine con grupo de 25 personas de las cuales solo nueve llegamos a nuestro destino. Los demás desistieron o simplemente fueron deportados de los diferentes países por los que pasamos.

Después de Honduras pasé a Guatemala, donde me fue peor. En dos ocasiones dormí en carceletas horribles y asquerosas. Fue en Guatemala donde pasé lo peor de mi travesía. El coyote nos dejó tirados en un monte lleno de árboles -era como una jungla- porque el tráiler en que viajábamos se malogró y nos dijo que nos bajáramos y que él iba a regresar por nosotros
.
Estuvimos 13 días sin comida ni agua. Él nunca regresó. Nos alimentábamos con mangos, los que abundan en esa región, y todos sin excepción estábamos con diarrea. Hasta que un día, cuando las mujeres se estaban bañando en un pequeño río, vieron a unos señores. Los hombres las estábamos cuidando a muy poca distancia y nos acercamos. Eran los zapatistas, revolucionarios que actúan entre la frontera de México y Guatemala. Estos señores, de los que habíamos escuchado tantas cosas malas en el camino, no eran tan malos. Después de escucharnos, nos ayudaron, nos dieron comida, agua y ropa, y luego nos dejaron en el mismo lugar porque decían que teníamos dos opciones: esperar al coyote o bajar a la carretera y dejarnos atrapar para ser deportados al Perú. Para hacer esto más corto, decidimos quedarnos. Una noche escuchamos que alguien gritaba en la oscuridad, era la persona que ayudaba al coyote, quien estaba preso. Él se hizo cargo de nosotros y pudimos salir de ahí. Nos llevo a otro tráiler peor, tenía como 50 personas más de diferentes países, dominicanos, colombianos, ecuatorianos, salvadoreños y peruanos.

El viaje en ese tráiler fue de lo peor. Prefería estar botado en el monte que viajar en ese tráiler. A simple vista estaba vacío, pero tenía doble fondo. Todas las personas estaban camufladas entre las paredes y el techo, que solo tenía dos pequeñas ventanas y por el cual solo entraba aire cuando el tráiler se movía, cuando paraba por gasolina o por algún peaje, la gente se desmayaban por el calor que hacía, fácilmente se llegaba a los 35 grados y dentro de esa lata de sardinas se sentía muchísimo más. Así me tocó ver hasta la muerte en este viaje, pero después de muchas horas llegue al D.F, capital de México. Ahí nos quedamos por unos días hasta que nos llevaron a la frontera con Phoenix, Arizona. Nos hicieron caminar por 18 horas por un desierto hasta que llegamos a una carretera y un camión nos empezó a transportar de a pocos. Yo fui el único de todos que llegó con 150 dólares que había guardado bien en el pantalón American Colt que había traído de Lima. Por primera vez comí McDonalds y, después de tanto tiempo, fue el sándwich más rico que había comido.

Una vez acá, no sabía a dónde llegar porque el amigo que me espera tuvo que viajar a Lima de emergencia y yo quedé completamente solo. Fue así que llegué a Nueva York y desde entonces vivo acá recordando a mi amor y a mi familia, por quienes salí de mi tierra querida. Ahora trabajo mucho y tengo dos empleos. Pude cumplir mis deseos de conocer otros lugares y darle a mi madre la casa que se merece.

No tengo mucho, pero lo que tengo me costó mucho sacrificio y aún ahora me sigue costando. No importa a dónde voy, siempre tengo mi camiseta de la “U”, mi bandera y la foto de una familia que me esperará con lágrimas en los ojos el día que su hijo regrese triunfante y con la frente en alta gritando a toda voz “¡Yo también me llamo Perú. carajo!”.

Fuente: http://blogs.elcomercio.com.pe/yotambienmellamoperu/

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